Un embarazo perfecto, hasta que…

Por: Liza Ramos

«Traté de no preocuparme de enterrar el sentimiento de angustia, de estar tranquila, pero se convirtió en mi peor pesadilla. Cada vez que alguien me preguntaba para cuándo estaba les decía que para el 16 de agosto «si la nena se lograba acomodar» y me miraban con cara de “Ay Benditooo!”.»

Mi esposo y yo nos conocimos en el 2001, luego de 5 años nos comprometimos y finalmente en el 2010 decidimos casarnos. Luego de que media humanidad nos preguntara decidimos dejar a un lado los métodos anticonceptivos y tener un bebé. En un abrir y cerrar de ojos nuestros deseos se hicieron realidad y para las Navidades del 2011 dimos la espectacular noticia «AL FIN SERIAMOS TRES». Fue sumamente emocionante saberlo… ¡Wow! ¡Muy pronto sería mamá! Así las cosas, hablé con mis compañeras de trabajo quienes me recomendaron a un grupo de médicos «muy buenos ellos»… Eventualmente me entero de que llevaban muchos años en la práctica y que «eran unos veteranos». Según sus pacientes » ¡ellos son tremendos, ya verás!». Yo estaba clara, quería parir a mi bebé y no quería ninguna cicatriz, ¡NINGUNA!

Mi embarazo fue muy bueno, engordé algunas libras, tuve un poco de mala barriga los primeros meses, pero en general me sentía muy bien. Parecía sacado de un libro de esos que te recomiendan leer mientras estás esperando. A las 17 semanas supimos que Genarito (nombre que le habíamos dado hasta ese día) realmente era Genarita, esperábamos a una princesa. A eso de las 27 semanas decidimos ir a hacernos un sonograma tridimensional. Invitamos a los abuelos. Estábamos tan contentos porque al fin le veríamos la carita a la nueva princesa de la casa. Allí tendida en la camilla la sonografista me dice «Mamá, cuántas semanas es que tienes?», le respondí «27 semanas.», me dijo «Ohhh… Es que la nena aún está sentadita y a estas alturas debería estar ya en posición, vamos a darle un tiempito a ver si se vira.» Me recomendó unos ejercicios y me pidió que regresáramos en dos semanas. A las dos semanas, otro sonograma de rutina confirmó mi peor sospecha, la nena seguía sentadita. Sin embargo, mis médicos me aseguraron que no pasaba nada, que ella se acomodaría. Una semana después comenzamos las clases de parto y al cabo de unas semanas más conocí a mi doula. Mi barriga seguía creciendo, pero a pesar de todos los intentos, nunca sentí el virazón.

Traté de no preocuparme de enterrar el sentimiento de angustia, de estar tranquila, pero se convirtió en mi peor pesadilla. Cada vez que alguien me preguntaba para cuándo estaba les decía que para el 16 de agosto «si la nena se lograba acomodar» y me miraban con cara de “Ay Benditooo!”. Acudí inclusive a un doctor para que me practicara una inversión externa. Fue muy doloroso y muy frustrante. «Doloroso» porque físicamente duele, tuve algunos moretones por unos días y «frustrante» porque llegué a ese médico tarde y él me hizo entender cosas que aún no lograba entender. Jamás me había sentido tan a gusto con un médico como con él. Qué pena que mis «veteranos» nunca me hicieron sentir de esa forma, qué pena que él no era mi doctor.

Teníamos opciones lo que no teníamos era el dinero para pagar esas opciones. No me quedó de otra que confiar en mi cuerpo y tener la esperanza de que la princesa se pondría de cabeza. El tiempo seguía pasando sin piedad. Se hizo la semana 37 y mis peores miedos se hicieron realidad. Si la princesa no se acomodaba en la próxima semana me programarían una cesárea. Acudí al quiropráctico – otro ángel en mi camino, me puse de cabeza pero nada… el lunes de la semana 38 era mi cita para corroborar posición y mi último día de trabajo antes de irme de maternidad. La chica seguía de nalgas y yo en un estado de frustración terrible, la cesárea sería el 8 de agosto de 2012.

Un día antes de la cesárea, el 7 de agosto de 2012 me levanté a orinar a las 2:20am, oriné y cuando me fui a acostar sentí algo muy extraño, un líquido seguido por un SPLASH gigantesco… Eran las 2:22am, había roto fuente. MI HIJA DECIDIO NACER ANTES y no cuando al obgyn le daba la gana de que naciera. Mi esposo y yo nos pusimos muy contentos y asustados, a esa hora, a correr pa’l hospital. Una vez allí me examinaron, tenía 2cm de dilatación pero… confirmado por otro sonograma… la bebé no estaba en posición y los doctores no se arriesgarían a un parto de nalgas. Pareciera que mi destino estaba escrito sobre piedra, mi hija nacería por cesárea y no había remedio. A las 7:47am en un ambiente estéril y hostil nació mi Celeste. Recuerdo a mi esposo soltar un grito ahogado por un llanto de felicidad al ver a la beba colgando por los pies de la mano de mi «tremendo» obgyn. Ella lloró y ni su papá ni yo pudimos acurrucarla. No la podía coger, tenía un brazo amarrado y el otro lleno de cables, cuando me la presentaron ella tenía los ojitos llenos de aceites y yo tenía ganas de vomitar, «por favor, sácala de aquí que tengo ganas de vomitar» dije medio atolondrada. Después, cuando terminó la tortura, vino el paseo de la vergüenza. Me pasearían del OR al Recovery frente a mi familia, se derrumbaba lo poquito que quedaba de orgullo de mujer. Estuve en recovery como 3 horas, rodeada de enfermos recién operados, hasta que al fin me sentía “mejor” y me llevaron al cuarto. Ya en el cuarto esperaba con ansias tener a mi Celeste, pero la “estaban poniendo en temperatura” para podérmela entregar.

Cuando llegó la pegué a mi pecho y ahí se quedó, comió lo que quiso, cuantas veces le dio la gana. Mi iniciación en la lactancia fue cuesta arriba, pero eso es otra historia. Mi hija es una hermosa bebé y yo una orgullosa mamá lactante, pero eso no quita el hecho de que no sé lo que es un dolor de parto, no pude parir, no tuve mi rito de iniciación como mamá. El dolor de una cesárea es horrible, quien lo prefiere sobre un parto natural está loco. Ya la decisión está tomada y mi VBAC (si es que el hermanito viene) ocurrirá, en mi casa, con mi familia.

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